Los poemas de este blog son del poeta Javier Villegas Fernández y tienen derechos reservados de autor.

lunes, 14 de mayo de 2012

EL MONO SUERTERO
(Cuento para niños)

Llegué, y la gente estaba concentrada en la plaza, escuchando a la banda de músicos y mirando los cachivaches que vendían en los toldos. La feria del pueblo había llegado. Eran los días más esperados de cada año, para dar rienda suelta al holgorio y olvidarse de las penas y las miserias. Las calles del pueblo lucían otro aspecto, todas eran multicolores, por las guirnaldas que pendían de un extremo a otro y por los coloridos trajes de los feriantes.

Ese día, que era el día central de la fiesta, algo llamaba poderosamente la atención de niños y adultos. Todos querían tocarlo, sentir su pelaje, la configuración de su cuerpo, y él, muy travieso, jugueteaba con su amo. Era un mono, un mono arrancado de la selva de nuestro país, un animal privado de su libertad, condenado a la soledad, sin embargo, eso parecía no afectarle y seguía con el trabajo para el que había sido adiestrado.

El mono había llegado en “El mil amores”, el carro más bullanguero y destartalado que solía arribar los fines de semana al pueblo. No era la primera vez, que se constituía en parte de los atractivos de la fiesta. Era un mono de una enorme cola y patilargo, que se balanceaba sobre el piano, sujeto por una pequeña cadena

-¡ Una para mí, una para mí! – gritó una jovencita, en el momento en que el mono empezó su trabajo.

- De amor o de futuro – le contestó el dueño, mientras daba vueltas a la manija del piano.

Por aquella tarjetita, que el mono le entregó, la señorita pagó un sol, y así, todos aquellos que querían saber algo de su futuro o de sus amoríos, hacían lo mismo. Los niños también imitaban a los adultos. Impulsados por la curiosidad, gastaban parte de su propina, en éste divertimiento, y en cuánto tenían la tarjeta en sus manos corrían presurosos, para mostrar a sus padres, lo que el mono les decía en aquel colorido papel.

- Son puras tonterías, eso no es verdad, es una estafa – decían los padres, con toda su incredulidad – Cómo un mono, puede adivinarte la suerte.

-¡Es verdad, es verdad! – exclamaban jubilosos, los niños, convencidos de que el mono era un adivino.

Adivino o no, el mono seguía con su trabajo de cada día, y la gente parecía tenerle fe, ya que a medida que transcurría la feria, mayor era el número de personas que acudían al mono suertero, impulsadas por esas ansias que tenemos los seres humanos, de saber cuál será el derrotero de nuestras vidas, por ese temor que nos asalta, cuando no tenemos bien definidas nuestras metas.

La fiesta del pueblo iba llegando a su fin, y como era de esperarse, el mono volvería en “El mil amores”, apretujado entre el gentío y la mercadería de los comerciantes que visitaron el pueblo. Los lugareños se quedarían libres de culpa, libres de penas, pero con una sensación de nostalgia y con los sueños más altos, de que la fiesta del siguiente año sería mejor.

Antes de que Amancio, empacara el piano y metiera al mono en la jaula, me acerqué con mucha curiosidad e inocencia, quería saber muchas cosas de él y del mono, ya que nunca había visto un animal así, además me parecía rarísimo y gracioso.

- ¿Dónde lo compraste? – le dije.

- Este animal tiene una historia muy, pero muy larga – me contestó Amancio.

- Me la puedes contar. Pero no olvides ningún detalle.

- Este mono había nacido en lo más recóndito de la selva amazónica, allá por el río Putumayo. Fue cazado por unos aborígenes y vendido en el mercado de Belén, en Iquitos. Lo compraron los dueños de un circo, lo domesticaron, lo adiestraron, hasta convertirlo en el artista principal. 

Todos se divertían cuando el mono realizaba su show, era equilibrista, trapecista, volantinero y mono ciclista. Pasaron los años, y cuando ya no lo necesitaron, me lo vendieron. Decidí aprovechar su inteligencia, llevándolo de pueblo en pueblo, de feria en feria, convertido en mono suertero, y aquí nos tienes y nos tendrías por muchos años más.

Diciendo esto, subió el piano en “El mil amores”, luego subió la jaula donde estaba el mono, y cuando Amancio estaba sobre la carrocería, me dijo ¡Adiós! con su mano, y el monito imitando a su amo, también sacaba su manito por entre los barrotes de la jaula que lo privaba de su libertad. Me quedé triste, con la esperanza de que algún día, Amancio decida devolverlo a su hábitat natural, para que junto a los de su familia, vuelva a columpiarse de rama en rama, mientras escucha y disfruta de la música de los pájaros y del murmullo del río.

Cuando el camión partió, saqué la última tarjeta que el mono me regaló, y fui corriendo a mostrarle a mi hermana.

- Es para mí, es para mí – le dije, luego la entregué para que me la leyera.

Mi hermana leyó el papel y acariciándome la cabeza me dijo:

- Dice que cuando seas grande, serás poeta, que viajarás mucho, que tu corazón estará lleno de ternura, que sabrás compartir y que amarás a tus semejantes, especialmente a los niños, porque ellos necesitan de nuestro amor y son la luz que alumbrarán los nuevos días.

© Javier Villegas (Perú)
De: “Matapishgos y otros cuentos para niños” – Inédito
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